lunes, 11 de diciembre de 2017

EL EXILIO EN BABILONIA: Destrucción de Jerusalén.

Jerusalén, agosto del año 70 · Las legiones de Tito asaltan el Templo, mueren sus 6.000 últimos defensores y la ciudad es arrasada y vaciada de población.
En la época del Segundo Triunvirato Marco Antonio colocó en el trono de Jerusalén a un noble local helenizado, Herodes el Grande. No era judío, sino idumeo –uno de los pueblos vecinos de los israelitas- y los judíos lo consideraban por eso un tirano extranjero, una marioneta de los romanos. Para ganarse a su pueblo Herodes emprendió grandes obras, desarrolló la economía, asistió a la gente en épocas de hambruna y, especialmente, reconstruyó el Templo de Salomón con una grandiosidad que superaba todo lo que habían imaginado nunca los hebreos. Los sabios de Israel decían que quien no lo hubiera visto “no conocía la elegancia en su vida”, pero ni así logró Herodes ser popular entre los judíos. Curiosamente, este gran rey también sería vituperado por los cristianos, pues según el Evangelio de Mateo fue quien quiso matar al Niño Jesús y ordenó la degollación de los Santos Inocentes.
En el año 66 de nuestra era, durante el imperio de Nerón, cuando los romanos llevaban poco más de un siglo en Palestina, se produjo la rebelión de los judíos. Fue provocada por los excesos de un gobernador romano corrupto y rapaz. Roma había retomado el gobierno directo de Judea, aunque en otras partes de la región reinaban los descendientes de Herodes.
El asalto.
Vespasiano se marchó hacia Roma, en busca de su glorioso destino. Berenice, la bisnieta de Herodes el Grande, ofreció sus riquísimas joyas para financiar la toma del poder por Vespasiano. Su hijo Tito se quedó al cargo de la conquista de Jerusalén, que no iba a resultar fácil, pues la capital judía era todo un complejo defensivo.

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